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SENTIDOS DEL DOLOR

  • yatzurycf
  • 30 may 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 21 jul 2020

De surcos profundos, agrietados que surgen de la comisura de su empañada ventana al mundo, sentenciando décadas de decadencia y dolor; martirio imperecedero que ha ido desgastando el iris otrora azul profundo, hoy grisáceo transparente, agotado de presbicia y visitas de llanto, de pestañas separadas, casi imperceptibles entre los pliegues de sus parpados cansados, ¡Qué ojos! Ignorante el cabello de brillos platinados acicalados en salones de belleza; más bien gris humo como hollín de caldera, enmarañado y descuidado, oscila desordenado, sin forma, como cortina tratando de ocultar esa ventana, aun así no puedo dejar de mirar la luz que del interior de ella emana…ochenta y tantos años en miseria… pero ¡Que Ojos!

Un metro de distancia nos separa, pero escucho claramente, la voz ronca, profunda, fuerte, del desgaste de garganta por el consumo continuado de aguardiente. Espantando a todo transeúnte, vocifera a todos y a nadie ¡Anda a cagar! ¡Anda a cagar!... como todos rehúyo mirar, pero cuidando la distancia del sonido de esa voz, esos gritos delirantes de una boca seca, áspera y desafiante del enemigo invisible, cuyo sonido firme y claro me muestra nada de ingenuidad de adolescencia o niñez y nada de debilidad de ancianidad, boca firme de quien si acaso media la vida en cincuenta décadas o un poco menos… ¡Que Boca!

Color carbón, olor a ceniza, inerte, inmóvil, estático e irreconocible yace en una cama el despojo de piel carbonizado por las llamas que alguna vez fue cuerpo, quemaduras de primer grado extendidas en llanura. Solo se divisa un punto blanco prominente como montículo de color rosáceo con dos orificios que conectados a tubos artificiales oxigenan la masa y mantienen lo que a duras penas se puede llamar vida, sin embargo, quince primaveras otrora saludables resisten…¡Que Nariz!

Llueve copiosamente, miro las gotas caer al asfalto, repentinamente aparecen delante unos pies descalzos, uñas curtidas por desconocer zapatos, llenos de barro, salpican danzantes el charco formado, percibo sus plantas negruzcas, rusticas, con dureza de caminos andados; horma pequeña avizora no más de diez años, intento subir la vista por las escuetas piernas que dan continuidad al cuerpo, pero los pies se desprenden en carrera veloz, indetenible, sonando fuerte el asfalto… ¡Qué Pies!

Sentada leo un libro, repentinamente aparece atravesada a mis ojos, de largos y finos dedos, con uñas rasas pero cuidadas, limpias y acorazonadas; aquella mano temblaba en el aire, sin miedo solo un Parkinson visible, el papel sobre su palma cae involuntariamente al piso. Noto las líneas marcadas que como quiromántica me permiten descifrar que es mano de mujer sufrida, se acerca a mi rostro y casi lo caricia, la sostengo, es suave y tersa, solo quiere una limosna, diviso a su dueña sostenida a duras penas con un bastón en su otra mano, tratando de controlar la estabilidad del cuerpo, no puedo dejar de mirar sus manos… ¡Que manos!

Ojos, boca, nariz, pies, manos, sentidos por mí en el dolor de la calle, en la miseria de la indigencia imperante, endurecidos por la crueldad del desprecio del entorno, pero allí sintiendo sin conciencia del sentir de sus protagonistas.

Y.C. @omiyatzury

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